Si es cierto, lo admito y a nadie quiero convencer de lo contrario. Lo pensaba ahora que tanto se habla de profesores que renuncian, estudiantes que no se concentran en clase o que la calidad de la educación es pésima.

Admito que me quedé dormido en algunas clases, que casi siempre llegaba una media hora tarde al salón, que casi no fui a clase, que entregue lo que no me pedían y aún peor que no revisé nunca qué nota sacaba en trabajos ni en parciales. Confieso que dejé de entregar trabajos, de ir a parciales por que tenía otras prioridades y que nunca cancelé una materia, así la hubiese llevado perdida, con el temor que me bajara el promedio, nunca me importo.

Desde el colegio me destaqué en muchas actividades menos en deportes y en sacar buenas notas, en la universidad no fue nada distinto. Buscaba la forma de nivelar esas aburridas, tediosas y eternas clases, aunque algunas en el colegio me interesaban como sociales, español, democracia y religión, en la Universidad es diferente la conversión pero la regla se repite.

Duré varios semestres al iniciar la carrera pensando si la mejor experiencia sería la universidad o el colegio, era un pregunta común para la edad a la que siempre respondía entre amigos que sería la universidad ya que es el momento en el que nos enfocamos a nuestra profesión que va a ser de por vida. Ahora, sinceramente no  podría responder con tanta seguridad esa pregunta ya que lo más valioso que obtuve en la universidad no fueron las clases sino poder relacionarme con seres humanos con ideales y sueños comunes hilados por una profesión en común.

Recuerdo que nada me hacía sentir que perdía más mi dinero que ver películas en clase y no sólo porque no me gustaba ver cine, sino porque no entendía cómo se podían consumir una y hasta dos clases viendo algo que se podía alquilar, de hecho salía más barato que las horas del docente perdidas. Aunque eso era motivo de fiesta en el salón, también cuando se acababa más temprano la clase o el profesor no iba, ¿no podría haber algo más incoherente?

De igual forma buenas experiencias tuve como cuando un docente  me permitió entregarle un ensayo de porqué no ver cine en vez de una reseña de la película solicitada, eso sí, luego de ser el tercer profesor con el que veía la materia ya que la perdía por no entregar las reseñas y no admitían que no me viese las películas sugeridas.

En ese divagar de no hallarme en la universidad, en un sistema educativo tan rígido y predecible, me encontraba en una discusión interna sobre la necesidad de estudiar o no, de lo engañados que están los recién graduados que creen que un cartón que le cuesta varios millones a sus padres va a ser augurio de éxito o por lo menos van a poder llamar «colega» al otro recién graduado, de la función tan importante de la universidad en una sociedad pero lo alejada que estaba de la realidad en sus contenidos, pero más allá de si los contenidos son acertados o no siento que hay un problema mayor y es de actitud.

Esa misma que siendo sincero con ustedes perdí muy rápido durante varios semestres luego de ver que mis críticas rebotaban en las paredes del salón, que se reducían a una expresión de aceptación del profesor o se quedaban en un papel para calificar la materia al final del semestre. Claro, no entendía la estructura de cómo funcionaba la universidad, nadie te la enseña y se suele descubrirse muy tarde.

Decidí entonces convertirme en un estudiante promedio, un código más para la universidad y un número llamado promedio académico. Sí, pasé desapercibido entre parciales y trabajos, le perdí la mística a las clases quedandome en silencio sin intervenir mientras en mi cabeza construia proyectos. No necesitaba ganarme una beca, ni demostrarle a un profesor hasta donde podía llegar con un trabajo, hice mis ingresos trabajando independiente y me di la oportunidad de realizar varios viajes por todo el país.

Y no me arrepiento de haberlo hecho, aunque no quiero sugerir que es el mejor camino, estoy seguro que muchos podrán tener o tendrán una experiencia mejor que la mía en la universidad, pero no me arrepiento básicamente porque le di prioridades diferentes a mi vida en ese lapso de tiempo universitario, mi reto fue tener cuanta más experiencias pudiera en el medio pasando desde asesoría a empresas a tener mi primera experiencia de emprendimiento, conocer la comunicación política desde el interior de los partidos, hacer y trabajar con comunidades en algo que me apasiona actualmente que es el periodismo comunitario dando unos primero pasos de docencia, haciendo investigaciones para luego producir documentales y diversas relaciones con colegas y líderes del país y de otros países.

Y en ese tiempo entendí algo que venía experimentando desde que entré a la universidad y era la gran distancia que tienen los contenidos curriculares con la práctica real del medio, problema que no es exclusivo de una universidad, ni de una ciudad, ni siquiera de un país. Pero de igual forma un falta de actitud muy marcada, un docente que no se motiva por ir más allá de lo convencional y un estudiante poco inquieto y bastante conformista; sólo es necesario que uno de los dos se active para generar cambios y cuando los dos lo hagan marcarán historia.

Lo digo porque mi proceso fue al revés, empecé a publicar en medios masivos de comunicación sin haber entrado a la universidad y a medida que avanzaban las materias sentía que no avanzaba yo, aunque asimilaba conceptos no me atrevía a dar juicios porque no sabía a quién creerle, a la universidad con toda su gama de contenidos o al medio en el que empecé a publicar que siempre es más práctico y versátil. Ahora veo que el problema es más profundo en latinoamerica, desarticulación de la academia a los problemas de la región, del Gobierno, de la empresa privada, actualización en contenidos e insisto lo que para mi es más importante, actitud al cambio desde la planta docente hasta sus directivos.

En momentos pensaba en la Universidad más allá de sus paredes de cemento y ladrillo, tal cual como la pensaban sus primeros pensadores, una universalidad del conocimiento, no un «ágora» gobernada por las finanzas y los egos académicos donde no se salvan ni las universidades públicas.

Y seguro el problema no es sólo de la universidad, no podemos ser injustos, es de una sociedad, una sociedad que empieza desde las ganas del estudiante por aprender hasta de las ganas del profesor por enseñar, desde la prioridad de un Gobierno por financiar hasta la voluntad de una universidad por investigar y desde la intención de la empresa por invertir hasta la visión de la universidad por equilibrar la teoría con la práctica.

Sé que es ser muy idealista de mi parte pedirle a un sistema educativo tan capitalizado que lo deje de ser, pero tengo la esperanza de que tal vez en alguna parte del mundo habrá una universidad donde el semestre no sea de seis meses o como es bien sabido cuatro meses, ni la carrera de 5 años, donde no haya salones de 25 estudiantes, sino que lo que mida sea la capacidad de argumentación del maestro y lo valioso de sus aportes, una universidad donde no haya horario de oficina para aprender, abriendo su campus todo el tiempo para la ciudad con bibliotecas gigantes. Una universidad donde las carreras profesionales y las tesis sean soluciones a los grandes problemas de desigualdad del mundo.

Ojalá esa universidad no sólo esté en mis sueños.

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