Con seguridad puede sonar un título cliché, pero desde hace algunos años me rondaba en la cabeza luego de participar en política y ahora viendo esta campaña presidencial cobra más sentido, son más claros esos demonios.

No pretendo hacer un análisis profundo sobre la política, sólo escribir un par de reflexiones al rededor de ella como ciudadano y como periodista; ideas que empezaron hace cuatro años cuando decidí participar en política militando, ahora ya no lo hago, mi partido es el periodismo.

Hice parte del movimiento llamado la Ola verde, pero casi un año medio antes que surgiera este fenómeno político empecé en el Movimiento Compromiso Ciudadano por Colombia, liderado por Sergio Fajardo, luego fórmula presidencial de Antanas Mockus. ¿Por qué? Fajardo me inspiró confianza, igual que Mockus por quien ya había votado y sobre todo porque quería saber cómo era hacer política desde adentro y enfocado en mi pasión que es la comunicación.

Qué puedo decir, estaba en la Universidad, me gustaba hablar de política, participé de algunas movilizaciones sociales y era de la gran mayoría que hablaba mal de los políticos pero no sabia cómo funcionaban internamente los partidos y tenia una idea muy ambigua sobre los comportamientos de los políticos.

No quiero extenderme en todo lo que aprendí en esos poco más de dos años de debates, internos y públicos, reuniones, volanteos, reuniones, asistir a discursos públicos, reuniones, trabajar en el equipo de comunicaciones, más reuniones y hasta fui candidato al CMJ (Consejo Municipal de Juventudes) sacando 56 votos; no quedé pero viví cómo eran unas elecciones a pequeña escala, nada diferente, nada esperanzador.

Lo que si quiero anotar en esta columna son esos demonios que rodean la política y aunque a veces parezca la misma política la madre de los demonios, reconocer esas máscaras aparentemente inofensivas que esconden todas esas verdades.

Pude entender y corroborar por qué decían que la política es un negocio, ver cómo personas se preparan toda o gran parte de su vida buscando un cargo público fingiendo querer servir a la gente y sólo benefician sus agendas personales, esas que no son capaces de reconocer en público llevando dobles vidas. Es el juego por quién tiene más poder con sus decisiones, administrando dineros o favores públicos a cambios de otros favores de todo tipo.

Ver cómo no importaban las propuestas ni los ideales para ponerse una camisa de algún partido o un candidato, tanto por personas como por políticos, quienes se podían reconocer claramente cómo rotaban de campañas, partidos y hasta de ideas. Esos que les encanta salir en medios, posar para la foto y salir en la plaza pública, algunos se ufanaban de los votos que podían aportar y otros de las relaciones que tenían, pero de propuestas y realidad de país no tenian ni idea.

También escuchar discursos plagados de palabras como confianza, amistad o política diferente, casi como poesías de un discurso esperanzador. Palabras que se repetían inagotablemente y se reproducían con sus seguidores casi como oraciones sagradas.

Tan sagradas como el apoyo en campaña a una candidatura que siempre tenían un interés personal, tal vez ahí es uno de los momentos donde la fidelidad puede cobrar un supuesto sentido, pero a un precio muy alto en lo público para los ciudadanos, entendiendo que se intercambian puestos temporales, proyectos, dinero, relaciones, contratos y apoyos futuros a otras campañas.

Esa es la política de ‘amigos’ que tanto daño nos ha hecho como democracia, favoreciendo la corrupción, porque un ‘amigo’ te puede apoyar, puede tener confianza en ti como candidato, pero también te tapa tus errores, te endiosa frente a sus seguidores y hasta es capaz sin remordimiendo propio de ser corrupto por tu cuenta, porque cree en tu ‘fidelidad’ para defenderlo.

No quiero apelar a lo negativo o lo positivo de lo que pude ver, entender o escuchar, sólo quise dejar aquí expresada parte de mi experiencia, de cuáles son para mi las máscaras de esos demonios, que seguro aplica para cualquier otro país y que están detrás de cada campaña política.

¿Qué aprendí? Aunque puede sonar obvio, a no creer ni defender a ningún político, así de sencillo, aunque si creer en la política y la democracia. Así lo resumí en una frase que me acompaña: no creo en políticos, creo en políticas.

Porque las políticas no cambian de opinión como las personas, no son ambiciosas, no hacen alianzas por beneficio propio y aún más, no son ni buenas o malas. Tal vez puede sonar algo iluso y hasta obvio si es claro que es el político el que ejecuta o administra las mismas, pero cuando nuestro disernimiento pasa por lo programático y no por lo sentimental, sólo así podemos entender la política y decidir el candidato adecuado o en blanco si es el caso.

Pensar desde lo programático también es ejercer un derecho igual de importante que votar y es ejercer un control ciudadano, resultados de las gestiones y de esas propuestas de las que tantos alardiaron en campaña. Tanto así como poder exigir la renuncia y revocatoria del mandato en algunos casos.

Esta campaña no estuvo exenta a estos demonios, esos que nos hacen a veces creer que es mejor repudiar la política y la democracia, campañas que no enaltecen las instituciones y que su mejor estrategia es la confusión.

Porque ninguno de los dos candidatos tienen los méritos ni la legitimidad para Gobernar. No son la ‘unidad’ que proclaman y tampoco tienen la voluntad de entender y construir el país desde las bases.

Lo peor es que su estrategia se ha centrado en la esperanza y el miedo de que Colombia consiga la Paz. Pues ni Santos ni Zuluaga deciden sobre la Paz, tal vez serán los representantes del pueblo para firmarla, pero la aplicación de la misma es tan compleja que depende de cada uno de los casi 48 millones de habitantes que tiene nuestro país.

En cada ciudadano esta la posibilidad de perdonar, de dar oportunidades a desmovilizados, de no ofender ni atacar juzgando con odio el pasado de alguna persona que ha dejado sus armas y ha pagado su condena. Ese es realmente el camino de la paz, el camino interno de separarnos de nuestros prejuicios y odios para construir una nueva realidad.

El pasado 25 de mayo en la primera vuelta, voté en Blanco porque no estaba de acuerdo en tener que decidir por el mal menor, pero hoy 15 de mayo voté porque no quedara Zuluaga ni Uribe en la presidencia, un voto por Santos por el vacío que deja la falta de poder jurídico que tienen el voto en blanco en segunda vuelta.

Lo dejo aquí consignado para mi memoria, para leerlo cada vez que necesite recordar el por qué voté por Santos, porque no es una decisión fácil para los que creemos que él también tiene gran responsabilidad en los errores del Gobierno de Uribe y sentimos por un momento repudio por tener que hacerlo, sin embargo sabíamos que los costos democráticos de que quedara el Centro Democrático eran mayores.

Pdta: Aquí les dejo una ñapa, un registro del fanatismo uribista que registré en el pasado Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar. Debo ser justo y decir que también Jorge Oñate, en similares condiciones, hizo arengas sobre Santos, sin embargo no tuve la fortuna de registrarlo.  Una muestra de todos los demonios que hay que exorcizar para que haya una política sana y digna en este país.

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